Como ya os contamos en las dos entradas anteriores, a partir de una iniciativa de la Biblioteca Universitaria, la URJC está recogiendo testimonios personales sobre la pandemia y el confinamiento a causa de la Covid-19, entre el 15 de junio y el 15 de julio. En la primera de ellas recogimos los cinco primeros testimonios y en la del pasado jueves los siguientes hasta el décimo. Hoy os hacemos llegar los cinco siguientes con el propósito de darles la mayor difusión posible.
Te animamos a que los sigas leyendo y, también, a que si lo deseas, antes del 15 de julio, nos envíes el tuyo (como texto/imagen/audio/vídeo) a la cuenta de correo de la Biblioteca universitaria biblioteca.fuenlabrada@urjc.es.
TESTIMONIO 11
SALVOCONDUCTO KAI
Belén Puebla Martínez
TESTIMONIO 12
MANUALIDADES
Belén Puebla Martínez
TESTIMONIO 13
HISTORIAS DEL CONFINAMIENTO
Raquel Viñader
TESTIMONIO 14
PARAR
Cuando nos movemos por inercia ni siquiera nos planteamos que el ritmo interno pueda ser distinto que el que se nos impone desde fuera. Nos movemos como una masa que necesita ser guiada porque, si nos escuchamos, nos da miedo saber qué vamos a susurrar.
Y de repente, hubo que parar.
De repente, ya no había que correr. Todas esas cosas que parecían tan urgentes y necesarias, tan imperiosas, se desprendieron de la cotidianidad como las hojas cuando terminan su ciclo, así, sin más. Y aparece lo esencial. Mientras afuera el mundo convulsionaba en una carrera de supervivencia, los que estábamos refugiados en nuestros hogares nos encontramos con otra realidad que también convulsionaba: nuestro interior.
Ya no había donde huir, no podíamos comprar para distraernos ni producir para aprovisionar. No había distracciones y, quedarse quieto y en silencio, asusta. Nos vimos frente a frente con la convivencia, la soledad, la crianza de los niños sin tregua, no poder huir de las sombras de tu pareja, no poder huir de tus sombras…
Y después, cuestionarse, eso que tanto evitamos, cuestionarse lo importante, cuestionarse nuestro paso por el mundo, cuestionarse nuestra cotidianidad, nuestro automatismo.
Después de los primeros días de incertidumbre, de rebeldía, comenzó la aceptación y entonces descubrí que se podía habitar el tiempo de otra manera, que se podía ser en lugar de hacer, que ya no importaba donde llegar sino sentir cada día un poco más. Y paramos, y llamamos a nuestros mayores para ayudarles, y saludamos al vecino por la ventana; y una red invisible se fue entretejiendo porque no queríamos que nadie se sintiese solo. Los mensajes rápidos fueron sustituyéndose por llamadas de las de antes, no de las que atiendes mientras preparas la cena, sino de las que te sientas con un café y escuchas. Y él “estoy muy liado, dime, y ya hablamos más tranquilamente”, pasó a “¿qué tal estás?, ¿necesitas algo?”. Y las conversaciones salían un poco más del corazón. El miedo acompañaba, pero la esperanza también. Me di cuenta de los regalos que trae el parar. De lo esencial, de lo que de verdad necesito y de lo que no, de los planes que ni siquiera me planteo rechazar, de cuidarme y cuidar, de consolar y escuchar, del placer de las tardes de lectura y cine, de los maratones de series compartidos, del poder de los abrazos, aunque sean un poco lejanos. De lo sencillo, pero también de lo heroico de aquellos que han sufrido en el frente de esta brecha que, como todas las brechas, son oportunidades. Cuando el mundo se rasga, la luz puede entrar si lo permitimos.
Acepté que la incertidumbre siempre va a estar ahí, que no puedo controlar lo que no es permanente; no puedo cambiar a las personas, ni erradicar el dolor ni la enfermedad, ni mucho menos, detener la muerte. Pero sí tengo poder sobre algo. Tengo poder sobre eso que nos hace libres. Puedo elegir qué actitud quiero tener ante aquello que me sucede. Y puedo elegir desde donde quiero salir al mundo otra vez. Ahora ya no por inercia, sino por elección.
Una estoica en cuarentena
TESTIMONIO 15
Intento reflexionar sobre cómo he vivido y qué he sentido en estos meses confinada y lo podría resumir en cuatro palabras: encierro, soledad, aplausos y paseos.
ENCIERRO
Nos enteramos de lo que estaba pasando en China y nos pareció que eso era solo imaginable por el régimen político allí existente, cuando pasó en Italia y vimos huir a la gente en autobuses y trenes para no confinarse ya sentimos otras sensaciones y sin más, de un día para otro se suspendieron las clases y en tres días nos sumimos en el estado de alarma y empezamos a vivir lo que jamás pudimos imaginar.
Mis primeros días fueron en estado de shock, sin poder concentrarme, teletrabajando pero sin casi poder leer ni dos páginas seguidas del libro que tenía entre manos. Hablaba por teléfono y todo era horror, en Alcalá de Henares donde vivo y he pasado el confinamiento, la enfermedad ha pegado fuerte y era dramático ir recibiendo las noticias, un día fallecía el padre de una amiga, al día siguiente el hermano de un amigo, al otro un vecino͙ inenarrable.
Poco a poco fui cogiendo hábitos, no aproveché el confinamiento para cocinar manjares, ni para hacer tartas o amasar pan, en los ratos de ocio que con el teletrabajo no fueron tantos vi series, leí esos libros de montones de páginas que son incómodos cuando el trasporte público es el lugar de lectura, volví a jugar a apalabrados con mi hijo (me encanta y de alguna manera me acercaba a él) o coloreaba con mi hija un precioso cuaderno de arte que por supuesto estaba sin estrenar, mientras recordaba a mi madre, como tantas veces durante el confinamiento, pero en este caso pensando en las tardes que pasé en su casa y con pinturas y cuadernos pasábamos el tiempo juntas.
SOLEDAD
Apenas se salía a la calle a hacer alguna compra o gestión imprescindible pero esos momentos en vez de esparcimiento eran de auténtica pena. Alcalá siempre tan bulliciosa y con tanta gente por sus calles y sus bares estaba vacía, absolutamente vacía.
La foto que muestro de la Universidad está tomada de forma casi furtiva al llevar la compra a un familiar el 23 de abril, Día del libro y día de la entrega del Premio Cervantes, máximo galardón de las letras hispánicas y que cada año es una auténtica fiesta en Alcalá. Aún con el recuerdo del año anterior cuando la que recogía el premio en el Paraninfo era la poeta uruguaya Ida Vitale, este año hubiera tenido que visitarnos otro gran poeta, Joan Margarit, pero no pudo ser como tantas otras cosas.
Soledad también la de la esculturas de Don Quijote y Sancho Panza en la calle Mayor junto a la casa de Cervantes, siempre rodeadas de turistas haciéndose fotos y solas estuvieron durante todo el confinamiento con el mensaje de la exposición forzosamente interrumpida del fotógrafo José Manuel Navia, Miguel de Cervantes o el deseo de vivir que en palabras de él mismo, “he querido fotografiar en los mismos escenarios donde el escritor (tantas veces eclipsado por su propia creación, don Quijote) gastó sus días y donde soñó muchos de sus personajes; caminos y lugares que abarcan buena parte de la península ibérica y parte del mundo mediterráneo: Italia, Grecia, Túnez, Argelia...,” casi parecían una premonición al sentimiento de cada uno de nosotros, deseos de volver a vivir, a soñar, a viajar.
A la soledad de la plaza de Cervantes también se unió el luto y una triste Puerta de Madrid con el lazo negro nos hacía visualizar lo que todos sentíamos, el luto oficial y el personal por lo que la pandemia ha sido y ha supuesto.
APLAUSOS
Somos obligaciones siempre y en tiempos de pandemia no dejamos de serlo, la obligación de trabajar, de cuidar a los nuestros y cuidarnos nosotros y en ese contexto llegaron los Aplausos de las 20:00 horas. Obligación de agradecer a los sanitarios y a otros colectivos que estaban en primera línea de riesgo y dicha obligación fue alegre y fue gustosa y ni un solo día dejé de salir a la terraza a aplaudir. Desde allí y hasta donde la vista me alcanzaba descubrí un mundo que aunque cercano me era totalmente desconocido, como si nunca antes hubiera visto esas otras terrazas. Descubrí la casa donde todo eran mujeres solas que día tras día allí estaban con lluvia o con calor pero siempre cómplices con el aplauso, o la casa más bulliciosa con terrazas llenas donde también se tomaba el sol durante el día pero que a las ocho se respetaban rigurosamente los aplausos y donde también se cantaba al acabar de darlos el “cumpleaños feliz” cuando alguien daba la pista de que algún niño o no tan niño cumplía años.
PASEOS
Y de pronto se nos abrió una pequeña vía de escape y pudimos salir a una horas determinadas a pasear y a hacer deporte, así que adquirimos una nueva obligación y después de los aplausos salíamos a pasear. Todo era distinto y las mascarillas eran las protagonistas, una nueva realidad que no ocultaba la preocupación.
Y tal y como había descubierto personas en las terrazas cercanas para mi desconocidas, empecé a darme cuenta que haciendo un poco de ejercicio, Alcalá era mucho más que el centro urbano de “ciudad patrimonio de la humanidad” y viví la primavera mientras encontraba paisajes muy bellos, contemplaba el río Henares, veía crecer las amapolas o podía sentir el olor tras la lluvia, en fin, descubrí una nueva ciudad.
Estreno nueva normalidad con ganas, con miedo a los rebrotes pero sin síndrome de la cabaña que puestos a poner nombres a las consecuencias que a cada uno nos ha traído el confinamiento en mi caso sería más preciso el del síndrome del nido vacío, pero eso ya es otra historia.
María Dolores López García
Fotografías: Manuel Revilla y María Dolores López
Pronto os mostraremos más testimonios pero recordad que hasta mañana podéis enviar los vuestros y así contribuir a la narración de una historia colectiva, construida por las individuales de aquellos que de una manera u otra formamos la URJC.
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