El pasado lunes fallecía en Madrid el escritor José Manuel Caballero Bonald a los 94 años. Muchas son las facetas a las que dedicó su vida: editor, productor musical y como escritor fue novelista, memorialista, poeta y ensayista.
Nació en Jerez de la Frontera, hijo de padre cubano y madre de origen francés de una familia asentada en Andalucía desde mediados del siglo XIX y tras estudiar en Cádiz Náutica y Astronomía, comenzó Filosofía y Letras en Sevilla y continuó posteriormente en Madrid, donde se instala en 1951. En 1960 tras casarse con Pepa Ramis viaja a Colombia y trabajará como profesor de literatura en la Universidad Nacional en Bogotá.
Caballero Bonald fue un destacado representante de la Generación del 50, aquellos hijos de la posguerra que vinieron a reformular la lírica española, y a la que hicimos mención en Artillería de libros en la entrada dedicada a Brines, el último premio Cervantes, honor que ya obtuviera Caballero en 2012, así como casi todas las distinciones a las que puede aspirar un escritor, incluido el premio Reina Sofía y el premio Nacional de las Letras. En este apartado no puedo dejar de mencionar el Premio Hidalgo en 2016, creado por la Asociación Presencia Gitana para expresar el reconocimiento a personas e instituciones que, no siendo gitanas, contribuyen a la defensa de su causa, el respeto de sus derechos y a la difusión de su cultura. Asimismo, ejerció como productor musical para artistas tan admirados por mi como, entre otros, Luis Eduardo Aute, María del Mar Bonet o Vainica Doble y también de artistas del flamenco como Vicente Soto o José Mercé, pues Bonald fue un gran estudioso del arte jondo.
A través de las colecciones de la BURJC podéis conocer la obra de Caballero Bonald y os hacemos unas recomendaciones.
En la faceta preferida por mí, la poesía, os recomiendo la lectura de Ruido de muchas aguas, (Biblioteca del Campus de Madrid BOC CAB rui) una antología poética con selección y prólogo de Aurora Luque (quien escribió también un obituario para El País del pasado lunes). Publicada por Visor en su colección Palabra de honor, en ella se recogen los poemas que Luque llama Argonidenses con 63 ejemplos que reflexionan sobre la historia con carácter personal y colectivo de mito y leyenda, y los Nocturnos con la noche como marco, esencia y fondo de su poesía y en este caso son 55 ejemplos los recogidos en esta antología.
Entre los poemas de Argónida, ese topónimo ficticio con el que el autor se refiere literariamente al Coto de Doñana , siempre está presente el mar que tutela la vida del poeta, una naturaleza, un paisaje cultural con el fondo de Doñana (duna, río, marisma, bosque) que le vincula a su tierra y extrae fuerza de los mitos preexistentes diferenciando en ellos lo memorable y lo vulgar. Elijo un poema para compartiros de este este tipo, Anamorfosis, recogido en el capítulo llamado Cicatrices en la cara del mar.
En cuanto a los Nocturnos, Bonald habla de la noche y sus máscaras y la representa como una alegoría de la libertad. Entre estos nocturnos recogidos en el capítulo En los destiempos de la noche, os comparto Falta la vida, asiste lo vivido.
Entre las facetas literarias cultivadas por el autor, comentábamos al principio la de memorialista, y reconociendo sus memorias como fundamentales dentro de su producción literaria, en la BURJC en este caso en el Campus de Fuenlabrada dentro del Fondo Marino Gómez Santos encontráis los dos imprescindibles volúmenes de memorias que escribió, Tiempo de guerras perdidas: la novela de la memoria y La costumbre de vivir.
Estos dos volúmenes (publicados posteriormente unidos en un libro que tomó el título del subtitulo de la primera parte), Caballero nos cuenta desde las anécdotas más personales hasta los acontecimientos históricos que la rodearon: de sus juegos infantiles en Jerez, de sus primeros amores y las lecturas que le marcaron, de la guerra civil o de los años de la dictadura. Nos revela los entresijos del mundo literario y cultural del siglo XX, retratando a sus protagonistas políticos y culturales.
En ese primer libro, entre otros muchos temas cuenta su descenso a los infiernos cuando vivió en Colombia, y todo lo que le pasó desde que dejó su tierra natal, para adentrarse en el mundo grisáceo, divertido pero terrible del Madrid de la posguerra, el tiempo en que inició su Tiempo de guerras perdidas, como tituló su primer libro de memorias.
También me gusta la anécdota sucedida en Mallorca y contada en su segundo libro de memorias, La costumbre de vivir, que recoge Juan Cruz en un artículo de El País de 2005, en donde se muestra como un perdedor de una dignidad intensa narrando como quería impresionar a su amada, Pepa Ramis, que además era nadadora. Ella le esperaba en la otra orilla (La juventud en la otra orilla, como el famoso relato de Julio Ramón Ribeyro), pero Pepe Caballero no pudo consumar el viaje; dramáticamente atrapado por las olas en medio de la travesía, alzó los brazos en señal de auxilio, y aquella mujer rubia, de ojos azules, risueña y decidida, se lanzó al mar para rescatarlo. Luego se casaron.
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